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El síndrome de «no hacer nada a toda ostia»

No hacer nada a toda ostia

Un buen amigo solía decirme mientras hablábamos sobre el servicio militar que la cosa en el cuartel consistía en ir a toda leche todo el día.  De sol a sol: aunque realmente no tuvieses nada mejor que hacer que pasar el mocho o salir a formar.  


La p mili
La dinámica de trabajo consistía en fomentar un clima de estrés constante.  Correr, correr y correr… Se trataba de dar la imagen de que el grupo, y cada recluta en particular, estaba haciendo mucho.  Eso sí, lo que se dice trabajo útil, se producía muy poco.

Afortunadamente aquella mili despareció para siempre, pero esa es otra historia…

Cuando la nueva mili es el trabajo

Salimos de la mili (los que la hicimos) y nos metimos de lleno en el mundo del trabajo.  

Que a veces nos parece una especie de agujero negro, una fuerza indomable a la que no puedes dominar y que te arrastra, a 200 por hora, en una dirección casi siempre errática.  La de no hacer nada a toda ostia.  Seguro que si muchos de nosotros nos hacemos la pregunta de cuántas reuniones de las que hemos mantenido, cuántas llamadas telefónicas hemos hecho o contestado y cuántos mails hemos enviado que realmente nos hayan servido para avanzar en distintos proyectos, la respuesta sería que muy pocas.

¿Podemos hacer algo al respecto? ¿O esa carga de trabajo improductivo que nos exige estar al pie del cañón 12 horas al día es inevitable?  ¿Es la cultura de la empresa en la que trabajamos la que manda, o somos nosotros los culpables, porque nuestra propia desorganización nos mete en una espiral de estrés e improductividad?

Os doy mi opinión: observo a la muchísima gente que se queja porque trabaja mucho.  Y seguramente sí que le echan muchas horas.  Voy a ser totalmente sincero: en el fondo no sufro demasiado por ellos.  Porque al observarles, descubro alguno (o todos) entre los siguientes signos externos:

  • tienen la mesa parecido a esta:

 

Mesa

  • trabajan con checklists con decenas de prioridades diarias: obviamente, esto se hace imposible de gestionar,
  • no planifican anticipadamente sus agendas,
  • el buzón de correo petado y una larga lista de mensajes sin contestar
  • no tienen tiempo para comer,
  • no tienen tiempo para hacer deporte, 
  • no tienen tiempo para descansar junto a los suyos las suficientes horas,
  • hablan, y hablan y hablan… aunque las conversaciones no sean relevantes para tomar decisiones.  Si las conversaciones no llevan a ningún lado, ¿por qué extenderlas hasta el infinito?

Hace algunos años tuve la oportunidad de trabajar en Gran Bretaña.  En una consultora.   Es exactamente como lo habréis oido contar:  allí la gente no se queja tanto por el volumen de trabajo que tiene.  Y a todos se les cae el lápiz a las 5.  Y os puedo asegurar que no dejan el trabajo sin hacer.

Cosas que puedes hacer ahora mismo para mejorar (si quieres, claro…)

  1. Considera
    la ley del rendimiento decreciente:
    el economista británico de orígen judío David Ricardo logró demostrar que, por encima de un determinado nivel de
    producción, añadir nuevos recursos a la cadena simplemente no compensa, porque no te va a ayudar a ganar más (dicho claramente).  De la misma manera, por encima de un determinado número de horas de trabajo, te conviertes en un zombie.  No eres útil, de modo que es mejor que te vayas a tu casa.
  2. Minimiza distracciones:  en particular el mail (deberías tenerlo cerrado, y abrirlo solo cuando necesites chequearlo), internet (filtra la información que realmente te interesa recibir con fuentes RSS, suscripciones por mail y sobre todo Twitter o caerás en la famosa Infoxicación) y llamadas telefónicas a destiempo.  No pasa nada por apagar tu teléfono cuando necesitas máxima concentración.
  3. Agiliza la toma de decisiones:  independientemente de nuestra posición en una empresa, TODOS tomamos decisiones.  Mareamos la perdiz porque tenemos miedo a equivocarnos.  Es mucho peor la inacción que la equivocación.  Calcula los riesgos, sí, pero consigue la información que necesitas para tomar la decisión y tómala.
  4. Habla cuando tengas que hablar, si no cállate: a riesgo de que parezcas un borde.  Si no necesitas hablar 15 minutos por teléfono para resolver una nadería, no lo hagas.  Si esa reunión se puede zanjar en 15 minutos fijando unos objetivos claros al inicio, yendo al grano y alcanzando unas conclusiones y asignando responsabilidades al final, ¿por qué tirarnos 3 horas?
  5. Resume, resume y vuelve a resumir lo que escribes:  mails, memos, informes de reunión, presentaciones.  Se atribuye a Winston Churchill la siguiente frase al final de una misiva:  "…siento una carta tan larga, no he tenido tiempo para resumirla".  Con la concisión ganas tú y quienes reciben tus comunicaciones.
  6. Optimiza
    tu espacio de trabajo:
    si tu mesa es una pocilga, tu trabajo será lo que hay a menudo en el suelo de las pocilgas… Si tu mesa está limpia, tu mente está limpia y producirás mejor.  Contrastado.
  7. Y sobre todo y lo más importante: como he oido decir a (Sir) Richard Branson, lo más importante eres tú.  Si después de seguir todas estas prácticas llegas a la conclusión de que sigues "no haciendo nada a toda ostia", te recomiendo que inicies un nuevo camino profesional en otra empresa que respete tu vida un poco más.  Sé que no es el mejor momento para cambiar, pero es peor que los días se te escapen como arena entre los dedos (perdón por el símil ñoño y facilón).

Como última recomendación, te recomiendo seguir a Think Wasabi, el mejor blog que conozco sobre temas de productividad personal.  Su autor sí que es un experto en estos temas.  Yo simplemente me limito a observar la cabezonería con la que algunos insisten en convertir su vida profesional en un tormento.

Saludos a todos.

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QUEMA TUS CORBATAS CUANTO ANTES

Viajo a Gijón por un evento de la empresa que estamos presentando a potenciales partners privados.

En el tren, por mucho que intento ignorarlo, me desconcentra el runrún de un ejecutivo sentado a unos metros de mí, que habla sin parar por su teléfono móvil.  Pronto me entero de que trabaja para una gran empresa de distribución alimenticia y que se dirige a León a controlar una reciente apertura.  En las tres horas que coincidimos en el tren le entran, sin exagerar en absoluto, unas diez llamadas y hace otras cuantas.  Muchas veces para pedir la misma información o dar las mismas instrucciones a varias personas que, aparentemente, trabajan juntas.

Vuelvo la cabeza para comprobar si la imagen mental que me estoy haciendo de él coincide con su aspecto real.  Traje gris, corbata con el nudo bien gordo, crispada arruga en el entrecejo.

La corbata es una prenda absurda y te invito a que quemes las que tengas en el armario porque:

– No sirve para abrigar ni para aportar comodidad a tu atuendo.

– No aporta funcionalidad alguna, simplemente es un pendón que cuelga de tu cuello.

– Ni siquiera contribuye a acentuar tu propia imagen personal, (no quiero sonar consumista, pero para eso sirve la moda, ¿no?) sino que te convierte en un clon de los demás ejecutivos del tren.

La corbata es un anacronismo del siglo XVII cuando la democracia no había llegado al vestir y el atuendo era por encima de todo, un signo de distinción de la aristocracia.  La corbata era lo que la toga al letrado o el birrete al obispo. Se empleaba como un mero adorno para tapar los botones de la camisa.

Outfits Han pasado varios siglos y la corbata ha pasado de ser un signo de distinción, a un signo identificador de tu casta laboral.  Como un uniforme Mao en la china socialista.  O el mono azul, lo que los ingleses llaman "blue collar".

Como signo identificador de la casta laboral "ejecutivos", la corbata es además una metáfora que te recuerda, a ti y a quienes te ven con ella:

– Que probablemente trabajes con horarios rígidos e interminables.  Sabes a la hora que tienes que entrar y probablemente incluso fichas, pero no sabes a la hora que sales porque salir tarde es una virtud a ensalzar, en lugar de (lo que debería ser), una solemne estupidez a evitar.

– Que debes trabajar equis horas, no hasta conseguir equis objetivos.

– Que probablemente sufras de estrés.

– Que todas las mañanas debes trasladarte junto con el resto de encorbatados a trabajar bajo el mismo techo de tus jefes para que estos ejerzan control sobre ti, incluso si en el fondo podrías trabajar perfectamente desde casa.

– Como consecuencia de lo anterior, si trabajas en una gran ciudad es más que probable que pierdas una o dos horas diarias en traslados.  E.d., estás sacrificando irremediablemente horas de tu vida personal, que no recuperarás y que además nadie te remunera.

– Que sufres el politiqueo inevitable en organizaciones de tipo burocrático.

– Que sufres la ineficacia inevitable en organizaciones de tipo burocrático.

Circunstancias todas ellas que en principio ninguno querríamos ver asociadas con nuestro trabajo, y que sin embargo, todos reconocemos en mayor o menor medida.  En mi caso define al 100% mi situación en varias multinacionales por las que he pasado.

Dedicamos al trabajo fácilmente un 60/70% de nuestra vida consciente.  Son demasiadas horas como para renunciar a un mínimo estado de armonía (¿felicidad??) durante ese tiempo.  Es más, considero imposible alcanzar un mínimo estado de armonía personal, en general, si no la tienes en tu trabajo. En un post reciente comentaba que en el siglo XXI ya no es necesario sentirse apegado a una línea de producción de sol a sol.  Ya no vendemos nuestras horas/persona a un capitalista.  En la mayor parte de nuestros casos, desarrollamos nuestras ideas, aplicamos nuestra creatividad para resolver problemas y nuestra habilidad interpersonal para gestionar situaciones.   Si eres bueno haciendo estas cosas con una corbata al cuello, probablemente lo serías mucho más sin ella.  Y no me refiero a la prenda en sí, sino a lo que la prenda implica.

Sin embargo no quemamos las corbatas por temor.  Por miedo al vértigo del qué vendrá después.  Y por el apego a las cosas que tenemos, que acaba siendo más fuerte que el aprecio por las cosas que sentimos.

En este trailer de la película "El club de la lucha", Edward Norton se hace esta reflexión que a veces muestro a mis alumnos de Marketing: 

El resto de la reflexión te la dejo para ti, quizá estés contento con tus corbatas…

Saludos irreverentes.

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La fortuna de meterme en un atasco

Anoche volvía de una reunión en la agencia de comunicación de unos amigos.  Tenso y estresado como me he pasado casi toda la semana, me acerqué a la Gran Vía a comprar unos libros para un curso de presentaciones eficaces que estoy preparando.  Salí pitando, inquieto por el tiempo que siempre pierdes al pasar por el centro, y me subí de nuevo a la moto, para meterme en un atasco imprevisto que me tuvo totalmente parado durante casi un cuarto de hora. Gran via

Explico la imagen: por la izquierda subían en dirección a Callao un montonazo de bicis y patinadores (calculo que pasaban de dos mil).

Resultó ser una quedada de bici-crítica una comunidad de amantes de la bici. 

Como estaba totalmente atorado y no podía ir para atrás ni para adelante, me paré a observar la escena. 

A un lado, una larga hilera de encorbatados cabreados, metidos en sus coches.  Cuando se dieron cuenta del embolado empezaron a pitar.  Hasta que vieron que no servía de nada y empezaron a mirar desde dentro de sus peceras.

Al otro lado, un grupo de ciclistas sonrientes disfrutando de un paseo por donde jamás les es posible circular.

Después de unos minutos decidí dejar de preocuparme, subí la moto a una acera y me metí en un garito a desestresarme tomando una caña mientras el atasco amainaba (sólo una eh).

Hace unos años tomé la decisión de colgar la corbata para tomar las riendas de mi futuro profesional.  Y eso sólo me sirvió para trabajar muchas más horas y tener menos vida.  Tomar las riendas de tu vida profesional interesa bien poco si por el camino pierdes las de tu vida personal.

Hace unos meses tomé otra decisión aún más drástica: trabajar un 20% menos.  Con el fin de equilibrar mi vida personal y profesional y obligarme a ser más eficaz con mi tiempo dedicado al trabajo.  Si sabes que a tal hora lo dejas, por la cuenta que te trae, dejarás de perder el tiempo con tonterías (mails y llamadas irrelevantes, reuniones coñazo, curioseo errático por Internet…).

A veces tiendo a olvidar esto.  Esta semana por ejemplo lo había olvidado, por culpa de la presión del día a día.

Si trasladas la ley del rendimiento decreciente a la realidad de tu trabajo diario, verás que a trabajar más de ocho/nueve horas diarias es un disparate como la copa de un pino porque:

– tu productividad marginal (e.d. el trabajo extra que logres sacar) en esas horas adicionales es mínima,

– si no descansas te vuelves más irritable y menos sociable y últimamente leo que las habilidades sociales/emocionales explican el éxito profesional en el 80% de los casos, ¿os lo creéis?

– dejas de hacer en esas horas de ocio otras cosas que te serían mucho más productivas: networking, leer, ver cine, pasear (una actividad tan aparentemente irrelevante como pasear a menudo me sirve como combustible para poner a parir a una marca en este blog o elaborar un case study para mis clases),

– por último, y aún a riesgo de sonar un poco oso amoroso, ¿no pensáis que el exceso de trabajo es la excusa más estúpida del mundo para dejar de ver a la gente que queremos?

¿Estamos acaso invirtiendo el 60 o el 70% de nuestro tiempo despiertos en un trabajo que nos asfixia y nos aleja de los nuestros?  ¿Por qué no vamos a poder cortar por lo sano este exceso?  ¿Por qué no voy a poder decidir lo que hago con mi tiempo? ¿Por qué, incluso si trabajo por cuenta ajena, no voy a poder acercarme a aquellas empresas –las hay-, que procuran respetar la vida personal de sus empleados?

Me alegro de que un atasco me haya recordado que prefiero sonreír montado en una bicicleta a sufrir atornillado al volante del coche en un atasco a horas intempestivas de la noche.