
¿Crisis  del sector musical?
Los que trabajamos en el sector musical tenemos que  estar bien despiertos si no queremos dejarnos llevar por la ola de  depresión que parece sacudir nuestra actividad. Acudimos a eventos donde  los artistas se suben al escenario a protestar porque los discos no se  venden (es cierto, según Promusicae las ventas de soporte físico han  caído un 80% en los últimos 10 años), leemos que las grandes  discográficas se desmoronan y que la cúpula de la SGAE está entre rejas,  asistimos a la contracción del consumo en la peor crisis que recordamos  y recordaremos…
Pero  el término crisis, según tengo la certeza de que habréis escuchado  explicar en alguna ponencia o leído en algún artículo como este,  encierra un doble significado. Así lo define la RAE: crisis es un cambio  brusco en el curso de una enfermedad, ya sea para mejorarse, ya para  agravarse el paciente. Así que vamos a mirar la botella medio llena.
¿Crisis?  ¿Qué crisis?
 Hablamos  de crisis y sin embargo jamás en la historia de la humanidad la música  había gozado de tal protagonismo en nuestras vidas como actualmente.  
Antes de la invención del vinilo, para escuchar música debías salir de  casa y asistir a un concierto.  Con los vinilos, sus sucesoras las  casettes y los sucesores de éstas, los CD´s, el tiro se amplió al ámbito  del hogar.  Y con la revolución digital, esta esfera de consumo se ha  universalizado por completo: cualquiera de nosotros puede escuchar  música en todas partes (en la calle, en el metro, haciendo deporte, en  un ascensor…) con una calidad de reproducción impecable y con toda la  variedad de canciones que deseemos.
La  música se ha convertido en un entretenimiento permanente y ubicuo, que  nos acompaña 24 horas a día y 365 días al año.  Según el Centro de  Investigación Sociológicas (CIS), se trata de la principal esfera de  ocio para el 95% de los jóvenes.  Que es lo mismo que decir: será la  principal esfera de ocio para la práctica totalidad de la población  cuando estos jóvenes sean cabezas de familia dentro de unos años.
Este  formidable éxito está fundamentado en el valor emocional que los  artistas aportan a sus seguidores.  Nuestras preferencias musicales nos  unen a los músicos que admiramos por lazos que trascienden su  virtuosismo técnico o su talento como compositores de melodías y letras.
Así,  nos integramos con gusto en su tribu de seguidores, nos convertimos en  creyentes de su obra, incluso en evangelistas de sus canciones, que  difundimos mediante nuestro propio boca a oreja desinteresado.
Les seguimos porque les admiramos y, por qué no decirlo, les amamos.
Música y marcas
 Curiosamente,  he dedicado una gran parte de mi vida profesional a trabajar para otro  tipo de clientes que matarían por tener una relación así con sus  seguidores.  Hablo de las marcas.
La  principal herramienta que utilizan para comunicarse con sus clientes es  la publicidad.  Que en muchos casos consigue impulsar su notoriedad,  pero que (según las voces más cualificadas en la órbita de los  anunciantes y de las agencias), lastrada por la sobresaturación de los  medios, difícilmente logra involucrar al consumidor.  Es decir, las  marcas encuentran serias dificultades para tender esos lazos emocionales  como hemos visto sí vinculan a los músicos con sus fans. Por eso  creemos que las marcas y los artistas tienen mucho que compartir.  Y  pueden beneficiarse poderosamente si se sientan a colaborar.
Las  marcas pueden encontrar un magnífico cauce para conectar con sus  consumidores sin la intrusión y la repetición característicos de los  anuncios: el cauce de la música y de los artistas que la crean.  Y los  artistas pueden contar, gracias al apoyo de las marcas, con más medios  para hacer su obra más audible y llegar a un público mucho más amplio.
En  ningún sitio está escrito que una marca y un buen contenido musical  sean incompatibles.  Tampoco está escrito que lo que una marca requiere  de un artista es que se vista con un mono lleno de logotipos igual que  un piloto de Fórmula 1.  Si la colaboración con un grupo se circunscribe  a colgar una lona junto al escenario cuando toca en un festival, es que  no entendemos lo que el consumidor demanda ni el potencial de  comunicación que un músico tiene ante su público.
Todo  lo contrario: lo que una marca necesita es que le permitan participar  en la creación y divulgación de contenidos excelentes que su audiencia  sí quiera consumir.  A diferencia de los anuncios que, en muchas  ocasiones, no queremos consumir.  De este modo las marcas disponen de un  contenido, una historia atractiva que contar, de la que pueden  apropiarse (owned media) y cuya difusión no depende ni de la inversión  realizada en medios (paid media) ni de la viralización de terceros  (earned media).
La  música no está deprimida.  Están deprimidos  (y es normal) quienes  aspiran a seguir lucrándose en este sector del mismo modo que lo han  hecho en los últimos cincuenta años.  Personalmente, prefiero tomar  un camino diferente, porque es el que nos ilusiona y porque entendemos  que es el más adecuado para potenciar el trabajo de los artistas.  No  olvidemos que la única pieza indispensable en este sector de la música  son los músicos.  No los CD´s.
Proyectos  como Risipop.com o Desconciertos para Verti Seguros nos han permitido  conjugar la creatividad de los grupos y su interés por sorprender a sus  audiencias, con las necesidades de engagement de las marcas con sus  targets. Seguimos en ello.  
Estamos en terra incognita y nos queda un  larguísimo camino por recorrer.  Procuraremos que todos esos pasos sigan  siendo hacia adelante.